sábado, 8 de marzo de 2014

LA SANTA COMPAÑA y SU PAJOLERA MADRE


No nos engañemos: Vítor Veiga era un capullo integral y un picha floja. Sin embargo Sabela, su mujer, era la que en realidad mandaba en la casona y la que le sometía a una férrea disciplina tanto laboral como de cama. Aquella misma noche y antes de sentarse a la mesa para dar cuenta del sobrante de pote gallego habido en el mediodía, Sabela le espetó de repente: 

-Vítor, ¿ya muñiste la vaca? 
-Todavía no. 
-¿Pues a qué esperas? 
-A que escampe, que está diluviando. 
-La teta de la vaca no puede esperar a que escampe la lluvia. Si quieres cenar, antes ya te estás yendo a escape al ordeño. 
-¿Con la que está cayendo? 
-Y con la que te puede caer de mi parte, si no te vas ahora mismo. 

Vítor Veiga ni se atrevió a contestar. Las órdenes que emanaban de su mujer eran tajantes y no admitían la menor réplica, so pena de tener que vérselas con el rodillo de amasar empanadas que Sabela manejaba con increíble destreza, como bien había podido comprobar Vítor en sus propias carnes en más de una ocasión. 

Antes de salir hacia el establo se acercó al hogar donde crepitaba un viejo piñeiro silvestre que con una viva llama lamía el caldero en el cual se estaban recalentando los restos del pote matutino. Emitiendo un leve suspiro de resignación, Vítor se acercó al hogar y olisqueó el guiso. Desprendía un sutil aroma y no pudo resistirse a suplicar: 

-¿Puedo probar un cacho lacón con berza antes de ordeñar, Sabela? 
-Puedes, pero ya te estás yendo que la campana de la iglesia acaba de dar nueve campanadas….Y que no se te olvide que mañana bien temprano te has de acercar con mi collar de perlas al joyero del pueblo, a ver si de una maldita vez me arregla el cierre. 
-Pero si esas perlas son más falsas que Judas, Sabela….. 
-Me es igual. Antes de morir me las regaló mi madre que en paz descanse. 
-Pues vale, lo que tú digas, pero poner un cierre nuevo valdrá más que las perlas – rezongó por lo bajo…... 

Vítor recordó que la vieja bruja de su suegra había tenido mal fin. Decíase en la aldea que andaba en tratos con quiromantes, sanadores y echadores de cartas y sortilegios. Incluso había quien aseguraba que la madre de Sabela preparaba filtros y bebedizos con restos de cadáveres humanos. Lo cierto fue que un buen día apareció colgada de un carballo y el cura se negó a enterrarla en sagrado. 

En medio de una impresionante tormenta cuajada de rayos y truenos, Vítor cogió el cubo, salió de la casona dirigiéndose al establo e inmediatamente comenzó a temblar de puro miedo. Desde rapaz, cuando caía la noche le entraban todos los males. Ello era debido a cuanto le ocurrió en una noche negra como la boca de un lobo. A su madre y a él se les había aparecido la Santa Compaña en el sendero de Cangas. Vítor salió corriendo, pero su madre se quedó como petrificada contemplando la fúnebre comitiva. Murió al cabo de tres días, delirando y con los ojos en blanco. 

Por eso cuando tras ordeñar la vaca abrió la puerta del establo salió al exterior y nuevamente se dio de narices con la Santa Compaña, Vítor se fue de bareta dejando sus cayumbos más pringaos que el palo de un churrero. El pestazo era de tal calibre que la comitiva de la Santa Compaña en pleno, pegó un respingo echándose hacia atrás. 

-Eres un guarro, Vítor – aulló uno de los encapuchados – Hasta hoy, nadie se había atrevido a cagarse en nuestra presencia; al contrario, al vernos salían a escape. 

Vítor bajó los ojos, avergonzado. Intentó balbucir alguna disculpa, pero su acojone ante la espectral visión era tal, que lo único que le salió fue un sonoro cuesco que según él mismo dedujo en el momento de la evacuación o lanzamiento, era cuanto le quedaba en su intestino grueso. 

El que encabezaba la comitiva de la Santa Compaña, profirió un desgarrador alarido, al tiempo que sentenció: 

-¡¡ En castigo a tu osadía y pedorreta, y antes de emplazarte en tu hora final te condenamos a conocer tu pasado y también el de tu amada Sabela, puesto que ambos vivisteis unidos en una vida anterior y en uno de vuestros devaneos amorosos hicisteis mofa y escarnio de los seres que habitamos el Más Allá ¡!,... -¡¡Éste es vuestro pasado¡!....¡¡Contémplate en tu anterior y disoluta vida!! - vociferó el comandante en jefe de la Santa Compaña, sacándose de la manga una tele de plasma que se enchufó directamente bajo el sobaquillo....... 

Tras un leve parpadeo, el artilugio de plasma comenzó a emitir unas bucólicas imágenes,....Mostraba el gran salón-biblioteca de una antigua mansión inglesa y a dos personas vestidas elegantemente según la moda de finales del siglo XIX. Ambas se hallaban cómodamente apoltronadas en sus respectivos sillones .... Pero lo peor estaba por llegar......
……….. .................... 

Lady Elisabeth Bradford apuraba lentamente el té de las cinco mientras hojeaba con su habitual languidez la prensa del día. 

-Atiende querido Víctor. Oscar Wilde afirma que "Drácula" es una de las mejores novelas jamás escritas - leyó, con un mohín de enfado - Eso es ridículo, teniendo en cuenta que Bram Stoker es un palurdo irlandés, está claro. ¿No crees? 

El silencio fue la respuesta. Lady Elisabeth cerró el periódico intentando distinguir a través de la cortina de humo que invadía el gran salón-biblioteca, el cuerpo de su esposo que se hallaba camuflado en el interior de una vaporosa nube de aromático tabaco. 

-Víctor, querido ¿Estás ahí? 

El afilado perfil de Lord Víctor Bradford, Caballero de la Jarretera y Miembro Honorario de la Cámara de los Lores, surgió solícito entre la bruma carraspeando levemente con la exquisita corrección que distingue a los caballeros que han tenido la oportunidad de estudiar en Oxford. 

-¿Sí, querida?.... ¿Decías.....? 

Lady Elisabeth Bradford increpó suavemente a su esposo. Le molestaba sobremanera la poca o incluso nula atención que Víctor prestaba a sus comentarios cuando estaba saboreando aquella apestosa pipa. 

-Deberías prestarme un mínimo de atención, querido. 
-Lo siento, querida. Estaba soñando con las próximas vacaciones 
-Me complace que por una vez pensemos en lo mismo. Creo que ya va siendo hora de programar nuestras bien merecidas vacaciones de invierno. ¿No te parece? Este año me agradaría hacer algo diferente, algo irrepetible ¿Me comprendes? 
-Por supuesto, darling, por supuesto. Lo dejo en tus manos. A buen seguro me sorprenderás con el destino que tú elijas. Pero te recuerdo que antes de emprender viaje, debería visitar a mi dentista en Londres para que me realice un empaste. 

Cuando Lady Elisabeth Bradford tomaba una decisión respecto a sus vacaciones histórico-culturales y una vez fijado el destino vacacional, la partida no admitía demoras de ningún tipo. Los empleados de la agencia de viajes Cook, cercana al domicilio de los Bradford, se echaban a temblar cuando veían entrar por la puerta a Lady Elisabeth solicitando información y los pertinentes folletos del viaje elegido por el matrimonio. 

Toda la documentación del itinerario vacacional incluyendo los pasajes, tenían que estar preparados en un tiempo límite por lo que los empleados de Cook hacían horas extras para satisfacer la premura viajera de la aristocrática pareja. 

A las cuarenta y ocho horas de haber programado las vacaciones invernales, el matrimonio emprendió viaje. Tras dos semanas pateándose media Europa por infernales caminos, arribaron a Bucarest mediante los servicios de una diligencia tirada por cuatro astrosos jamelgos. 

En la Plaza Mayor les esperaba un menestral, que a bordo de una desvencijada tartana tirada por un no menos desvencijado burro, les condujo tras cuarenta kilómetros de caótico recorrido hasta la misma orilla del lago Snagov situado al pie de los Alpes de Transilvania. El burro en cuestión, la palmó al final del trayecto tras exhalar un solemne rebuzno de descontento por la fustigación recibida de parte del otro burro de menestral. 

El recepcionista del hotel sonrió por lo bajo cuando Lady Elisabeth Bradford se interesó por un viejo convento medio en ruinas, situado en una pequeña isla del lago. 

-Deseamos visitar inmediatamente la tumba de Vlad el Empalador. La agencia Cook nos indica que en esa isla se encuentra su tumba- ordenó tajantemente - Consíganos una barca, joven. 

-Lo lamento señora, pero de día no verán nada. Al tratarse de un vampiro, el Príncipe Vlad de Valaquia no está allí hasta pasada la medianoche. 
-¡Qué fastidio! - exclamó contrariada Lady Elisabeth Bradford - Ese detalle no me lo advirtieron en mi agencia de viajes. Pienso presentar una reclamación en toda regla cuando regrese a Inglaterra. ¡Es inaudito! 

Tremendamente decepcionada, Elisabeth firmó en el libro de registro, mientras su esposo contemplaba embelesado una preciosa capa negra expuesta en una de las vitrinas situadas en el hall del hotel. 

-Es una copia exacta de la que utilizó Vlad de Valaquia, El Empalador- caballero - apuntó solícito el recepcionista - Y a muy buen precio, por cierto. 
-¡Oh, me encanta Víctor!- exclamó repentinamente Lady Elisabeth - Es exactamente la clase de prenda que necesitamos como souvenir. Súbanosla a la suite, joven. 

Mientras estaban vistiéndose para la cena, Víctor se interesó por el repentino interés de su esposa ante tan bella, aunque a la vez anticuada prenda. Por supuesto él no estaba dispuesto a pasear por las calles de Londres con semejante vestimenta sobre los hombros, ni por todo el oro del mundo. Una cosa era que le agradase su corte y hechura y otra muy distinta el utilizarla asiduamente como abrigo. 

-No te preocupes, querido- le tranquilizó Lady Elisabeth - No será en Londres donde utilizarás esa capa. Esta noche me encantaría que bajases a cenar con ella puesta sobre los hombros,...Así estarás a tono con el ambiente de este sombrío hotel. 

Cuando el aristocrático matrimonio hizo su aparición por la escalinata que descendía desde las habitaciones al comedor del hotel, los escasos turistas que se hallaban degustando la cena no pudieron reprimir un estremecimiento. Víctor Bradford en todo su esplendor, bajaba por la escalera vestido de rigurosa etiqueta, capa incluida, ofreciendo su brazo a una Lady Elisabeth ataviada de lamé, con un despampanante y escotado traje de noche de color rojo sangre y con su rubia melena al viento. 

Los comensales y los camareros que atendían las mesas se quedaron inicialmente paralizados ante la - por un momento - teatral aparición, para después estallar en una carcajada colectiva. 

-No les hagas caso, querido- susurró por lo bajo Lady Elisabeth - Esos ignorantes no saben vestirse para la cena con prendas a tono con las circunstancias. 

Durante la cena al amor del fuego, Víctor paladeaba un recio vino de la tierra al tiempo que no cesaba de emitir sonoros chasquidos bucales. 
-Por favor, Víctor, deja de hacer ruido con la boca. Es desagradable en extremo oír el sonido y el crujir de tus dientes. 
-Lo siento querida. Mi dentadura,... ya sabes. No me dio tiempo de visitar al dentista para que me empastara una pieza- se disculpó Víctor, comprobando con asombro que las mejillas de Elisabeth se hallaban totalmente arreboladas. 
-Y tú no bebas más vino, querida- apuntilló, al observar un extraño fulgor en la mirada de su esposa - Te noto muy excitada. 

Elisabeth se ahuecó coquetamente el cabello, apurando de golpe una nueva copa de aquel excelente vino que por el color, hacía juego con su rojo y escotado vestido. 
-Subamos a nuestro aposento, querido. Te espera una sorpresa - contestó enigmática - La fiesta todavía no ha terminado; yo diría que comienza ahora. 

Una vez a solas en la suite, Víctor se quedó atónito cuando vio a su hasta entonces recatada esposa desvestirse a un ritmo quizá más bien cadenciosamente lujurioso, teniendo en cuenta el innato pudor que siempre había demostrado su cónyuge para tales menesteres previos al encame. 

La sorpresa fue en aumento cuando Elisabeth se situó junto al balcón abierto de par en par, ataviada con un escotado, transparente y vaporoso camisón blanco invitándole a compartir el lecho matrimonial con una mirada cargada de carnal deseo. 

-Espero que te comportes como un auténtico vampiro, amo mío- le susurró voluptuosamente al oído, ofreciéndole su palpitante yugular con un teatral gesto de desmayada actitud - Tómame salvajemente, príncipe de las tinieblas. 

Víctor carraspeó levemente y tomando impulso se lanzó en picado sobre Elisabeth, intentando superar la histórica actuación de Vlad El Empalador. que por supuesto, ni había estudiado en Oxford, ni en su día tuvo la más remota idea de cómo tratar a una aristocrática dama inglesa. 

Todo sucedió rápidamente. En un instante, el cuerpo de su esposa yacía en el suelo entre espasmos de dolor y con los ojos totalmente desorbitados por el feroz ataque de un enloquecido Víctor que la contemplaba con la mirada extraviada. 

-¡Oh Víctor, eres un patán!...¡Has destrozado mi garganta!- gimió Elisabeth, llevándose ambas manos al cuello con un gesto de terror. 

Pero Víctor no prestó la menor atención a la angustiada queja de su esposa,...Estaba demasiado ocupado tratando de localizar uno de sus colmillos postizos, perdido entre las innumerables perlas que formaban una gargantilla isabelina, ahora diseminada sobre la alfombra de la suite número 13 del hotel Drácul Village....... 

Desde que había salido de Londres, Víctor Bradford no dejaba de pensar en su maltrecho incisivo y su única preocupación fue la de no haber podido visitar a su dentista antes de la partida,....Aquél maldito colmillo, siempre le había causado problemas. 
....………………… 

De repente el artilugio de plasma que portaba el comandante en jefe de La Santa Compaña se apagó dejando de emitir. Vítor Veiga pareció despertar de un largo sueño. Se llevó las manos a la boca y hurgando en su interior extrajo un ensangrentado colmillo. 

-¡Carallo! – exclamó – ¿Pues no se me ha caído un colmillo? 
-¡Pues que te creías, imbécil! – rugió el de la Santa Compaña – El sueño prosigue pero aguarda, que cuando llegues a casa te espera tu mujer…¡Y entonces sí que arderá Troya!....¡Ja, Ja, Ja, Ja,….!........Ahora puedes irte, que por este vez y sin que sirva de precedente, te perdonamos la vida…..Aunque posiblemente preferirías estar muerto de saber la que se te avecina….¡¡Ja, Ja, Ja, Ja, Ja,….!........ 

Mientras Vítor Veiga permanecía en el suelo en un estado de semiinconsciencia, la espectral comitiva se esfumó como por arte de magia. Los rayos y truenos habían desaparecido pero continuaba lloviendo a mares. Vítor estaba empapado de la cabeza a los pies. 

Poco a poco fue volviendo en sí, cogió el cubo del ordeño y se dirigió a la casona dando traspiés. El interior se hallaba completamente sumido en la oscuridad y eso le extrañó, porque Sabela siempre mantenía un par de bujías encendidas día y noche junto a las imágenes que representaban al Apóstol Santiago, patrón de Cangas de Morrazo, y junto a la imagen da Nosa Señora da Franqueira, patrona de Galicia. 

En el hogar crepitaban los restos de un viejo arbusto piñeiro silvestre que proporcionaba una débil llama a punto de extinguirse. Vítor avivó el fuego y prendió ambas bujías iluminando parcialmente la estancia. Observó que el caldero en el cual Sabela cocinaba el pote, permanecía sobre la mesa junto al pan y las dos escudillas y cucharas de madera que componían el servicio de mesa. 

Probó el guiso y comprobó que más que frío, estaba como helado. Y eso le extrañó aún más, porque Sabela siempre mantenía la comida caliente antes de servirla, y según calculó Vítor, desde su salida al establo hasta su regreso no habían transcurrido ni veinte minutos. 

-¡Sabela, que ya regresé del ordeño!...¡Se enfrió el pote!...¿Dónde estás? 

Pero no obtuvo respuesta. La casona permanecía en un silencio sepulcral. De repente el campanario de la iglesia desgranó una tras otra, doce campanadas. Vítor pegó un respingo sin comprender qué demonios estaba sucediendo…. Lentamente se dirigió hacia el dormitorio…y allí, a la luz de las dos bujías que portaba en ambas manos, contempló un macabro espectáculo, algo que él sabía jamás podría olvidar…. 

Sabela yacía ensangrentada sobre el lecho con la garganta completamente desgarrada. Sobre su cadáver, se encontraba desparramado el viejo collar de falsas perlas que le había regalado su madre antes de morir ahorcada en un carballo…… 

-¡Cágome en La Santa Compaña y en su puta madre! – exclamó Vítor con sus ojos casi fuera de las órbitas, al tiempo que estampaba las dos bujías contra el suelo de madera …. 

Al cabo de un mes Vítor Veiga fue detenido por la Guardia Civil, cuando se encontraba vagando desorientado en el interior de un profundo y sombrío bosque del municipio de Cangas do Morrazo. Tras ser ingresado en prisión, fue juzgado, condenado y ejecutado a garrote vil por el asesinato de su esposa Sabela y posterior incendio del hogar conyugal. 

Según comentaron quienes estuvieron presentes en la ejecución, las últimas palabras que pronunció Vítor Veiga fueron….. 

-¡Cágome en La Santa Compaña y en su puta madre! 

José Luis de Valero. 

Capítulo de mi novela 
RELATOS DE VIAJES Y DE VIAJEROS. 
Copyright © 2010 José Luís de Valero 
Todos los derechos reservados 

PD: Quienes deseen leer los diálogos de Vítor, La Santa Compaña y Sabela en Galego, que pulse este LINK.  

miércoles, 5 de marzo de 2014

PÁGINAS AL VIENTO DE LA BAHÍA


Despuntaba el alba sobre la gaditana bahía 
y Cádiz, mi amada Gades, como una novia resplandecía, 
de blanco ataviada, a la espera de su esposo, el nuevo día,… 
Con el amanecer clareando, la luz se extendía 
igual que un barniz sobre la arena entre las viejas barcas de pesca 
varadas acá y allá, agazapadas, casi escondidas, 

Rugía el mar y aullaba el viento. 

 En el amanecer de aquel día, me aproximé caminando 
hasta el milenario y para mí, entrañable puerto. 
Un viejo marino apoyado en la caña de su vieja barca 
me miró con mustio gesto. 

Tenía la mirada perdida y ausente de los vencidos. 

Rugía la mar, aullaba el viento. 
Hablaba el viejo para sí, con la voz queda, 
y entre silencio y silencio, musitaba un monólogo 
compuesto por parte de sus poéticos recuerdos: 

 Viejo poeta – se decía – iluso, necio, 
que desgranando vas sentimientos, 
creyendo que en Cádiz, alguien, 
hará caso a tus sonetos. 

 Esconde tu alma, 
silencia tu verbo, 
cierra tu mente y arroja, 
todas tus musas al fuego. 

 Deja ya de soñar, viejo, 
que el mundo no entiende de sentimientos, 
refúgiate en tu soledad, 
y canta para ti, en silencio. 

 Salpicado por la bruma, 
bogando al viento, 
surqué el mar de la vida, 
rodeado de silencios. 

El viento azotó mi alma, 
la mar rodeó mi cuerpo, 
deseo naufragar, ahora, 
 para dormirme en su seno. 

 Mi vida zozobra ya, 
la espuma envolverá, como blanco sudario mi cuerpo, 
fundido estaré con la mar, navegando desde Cádiz, 
 hasta el Puerto del Gran Silencio. 

Rugiente mar, blanco sudario que cubrirá mi marchito cuerpo. 

 Aquel gaditano, solitario navegante venido de tierra adentro, 
izó blancas velas de algodón que se alzaron 
cual gaviotas azotadas por el viento. 
Aguardaba a que las brisas portantes lo impulsaran mar adentro, 
hasta perder de vista la gaditana tierra que le vio nacer…. 
hasta perderse para siempre, mar adentro. 

 El marino en su travesía, 
dialogar quería con sus amigos y hermanos delfines, 
 que en su rumbo alocadamente se cruzarían 
 animándole en su último viaje en pos de la libertad 
 con destino al puerto del Gran Silencio. 

 El gaditano marino no había fijado ningún rumbo 
ni trazado signo alguno en la carta de navegación. 
Cerró los ojos. Se dejaría llevar por el viento, pensó, 
cabalgando sobre la cresta de unas olas que le salpicarían, 
purificando su espíritu, y templando su viejo y ajado cuerpo. 

 Bajo el brazo, portaba el viejo un cúmulo de papeles, 
páginas por él escritas en finiquitados tiempos. 
Ellas eran sus compañeras de viaje, 
 la recopilación de toda una vida, 
el signo gráfico de su propio testamento. 
El viejo marino había sido en su día un escritor viajero. 
Mostrándome las páginas, el viejo gaditano me habló, 
en un susurro, muy quedo: 

 Hoy están conmigo – dijo – 
Las acojo entre mi pecho al calor que les proporciona mi cuerpo.
 Ellas y yo nos hemos fundido en uno, para lanzarnos al viento. 
Huimos de esta gaditana tierra, 
que mancillarla con mi cuerpo muerto, no quiero. 
Nos sumergiremos en nuestra madre la mar, 
entre toneladas de blanca espuma, 
sobre las olas que nos mecerán, durmiéndonos, 
hasta el fin de los tiempos. 
Rugiente mar, blanco sudario que cubrirá nuestros marchitos cuerpos. 

 El marino soltó amarras, levó el ancla, huyó, 
partió en pos de su libertad, 
cabalgando sobre las olas, impulsado por el viento, 
Su vieja barca zarpó, libre al fin de ataduras, 
libre al fin de su destierro. 

 El viejo marino, alejándose, me miró, 
despidiéndose de mí con dulce gesto. 
No tenía ya, la mirada perdida y ausente de los vencidos. 
No pude oír ni una palabra más, por el rugir del viento. 
El Atlántico tronó al pie de los arenales 
reclamando para sí, a su hijo gaditano, el escritor viajero. 

 Nos miramos fijamente. 
Nos despedimos en silencio. 
Rugía la mar, aullaba el viento. 
Proseguí mi caminar entre los varados barcos 
de aquel milenario y gaditano puerto, 
y sin volver la vista atrás, me fui caminando en silencio, 
salpicado por la bruma y azotado por el viento. 

 Cádiz, mi amada Gades, quedó atrás, 
en torrentes de luz sumida, 
de blanco ataviada, con el nuevo día ya desposada, 
y arrullada por las olas de la mar, que celosamente, 
en sus entrañas aguardaba el cuerpo de un escritor viajero.

 Aquel viejo gaditano que cuando zarpó. 
decidió para no mancillar la playa, agonizar tras el horizonte, 
yendo su cuerpo a morir más allá de la bahía,…. 
entre las olas del mar,,,, lejos de su amada Gades, 
allá donde la visión de su tierra amada se perdía y entonces,… 
entonces sí, pensaría,…entonces de añoranza… 
y con el alma rota,
 libremente llorar podría.

José Luis de Valero. 

Relato poético ganador del Primer Premio Ciudad de Cádiz 2004 
 Copyright © 2003 José Luís de Valero 
Todos los derechos reservados


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