martes, 14 de octubre de 2014

LA INVASIÓN. Capítulo X y último de la Primera Parte


Con el presente capítulo cierro la Primera Parte de esta novela de ficción y doy fin a este relato por motivos puramente editoriales. Agradezco vuestra atención a todos los que hayan seguido capítulo a capítulo el desarrollo de esta novela. 

LA INVASIÓN 
CRÓNICA DE UN FUTURO INMEDIATO 
Capítulo X y último de la Primera Parte 

 - ¿La Tercera Guerra Mundial, dices? 

- Así es, Pablo. Es la última noticia que ha escupido “Berta”, antes de que le fundiera los fusibles a esa puta Computadora Central de Cyber-Reuters. Después ha dejado de emitir, aunque de inmediato ha entrado en acción la de reserva, un clon de “Berta” con su disco en blanco, Estaba transmitiendo las últimas noticias que se producían en Europa. La Invasión del Frente Islámico Internacional, es un hecho. 

 Karl Weser apuró de un trago una colmada copa de snaps escandinavo, resoplando, eructando y maldiciendo al unísono. Jamás le había visto en tal estado. Estaba fuera de sí. Estrujando entre sus manos un Cyber-fax con las últimas noticias emitidas por el clon de“Berta” y mirándome fijamente, prosiguió con voz grave, rota por la emoción. 

 - La invasión ha comenzado inicialmente en tu patria. Toda la costa sur española ha sufrido un desembarco masivo del Frente Islámico procedente del norte de África. Antes del desembarco naval, las ciudades de Cádiz, Sevilla, Málaga y Almería, han sido atacadas con misiles aire-tierra disparados desde las bases de Marruecos, Argel y Bengasi, en territorio libio. Los yihadistas tanto en Marruecos, Argel y Libia, han tomado las principales bases militares. Casi la totalidad del Mediterráneo está en sus manos. Estamos copados, Pablo. 

 En principio no acerté a contestar. Simplemente me preguntaba a mí mismo. ¿Y nuestras Fuerzas Armadas que hacen al respecto?...¿Han repelido el ataque?...¿Qué ha sido de la población civil?....¿Cuántas bajas?.... 

 Cuando trasladé mis preguntas a Karl, me respondió alargándome el estrujado Cyber-fax emitido por el clon de “Berta”. 

 - Es mejor que tú mismo lo leas. 

 Me quedé atónito. Las víctimas civiles en territorio español estaban sin evaluar, pero en principio podrían elevarse a cientos de miles entre muertos y heridos. Las principales bases militares de tierra, mar y aire pertenecientes a las Fuerzas Armadas españolas, fueron los primeros objetivos del ataque perpetrado por el Frente Islámico Internacional, por lo que la cadena de mando había quedado destruida y por lo tanto inoperante. Las unidades de Infantería de Marina acantonadas en el sur de España se disgregaron y sus efectivos quedaron diseminados convirtiéndose en unidades clandestinas de resistencia armada. La base aérea de Morón estaba calcinada junto con los cazas de la Defensa Aérea, convertidos a su vez en un amasijo de acero retorcido. No les dio tiempo ni a despegar. Fueron abatidos en plena pista. 

 - Esto es una pesadilla – murmuré – ¿Pero qué pasa en el resto de España?....¿Qué coño está haciendo el puto gobierno?... 

 - Sigue leyendo, Pablo. El Cyber-fax no miente. El puto Gobierno y sus putos dirigentes han seguido el mismo camino de las ratas cuando se hunde el barco. Se han largado en el primer vuelo. Unos hacia París, otros hacia Londres y los menos con dirección a Estados Unidos. A estas horas entre miembros de las antiguas monarquías europeas y de políticos e hijos de puta españoles, Londres debe estar colapsada. 

 - Nuestros planes para salir de Berlín han cambiado, Pablo – prosiguió Karl en un tono que no admitía réplica – Ahora ya no se trata de sacar una copia de la grabación al exterior. Ahora se trata de que huyas de la quema y de salvar tu pellejo. 

 - Dirás mejor que huyamos los dos. 

- Nada de eso. Yo me quedaré en Alemania. Mi sitio está aquí, en mi trinchera informativa y el tuyo supongo que debe estar en tu patria, informando desde la primera línea de fuego. 

 - Supongo que será la última de defensa, mi viejo amigo, porque a decir verdad ahora mismo no sé dónde coño puede estar en España el frente o la primera línea de fuego que neutralice el avance de toda esa carroña de yihadistas. De todas formas antes de regresar a España preferiría hacer escala en Londres. 

 - ¿Y por qué coño en Londres? 

 - Quisiera entrevistar a todas las ratas que han abandonado el barco. 

- Es una buena idea y no creo que tengas problemas – añadió Karl – Entonces estamos de acuerdo. Pero para que salgas de Alemania sin tropiezos, antes tengo que ponerte en contacto con Siegfried. Él te pasará al otro lado del Canal. 

- ¿Siegfried?...¿Quién es Siegfried? ¿Un contrabandista? 

- Es mi hijo, es marino y está en Kiel, en el Báltico. 

- Joder Karl, no sabía que tenías un hijo. 

- Es una vieja historia, Ya me he puesto en contacto con él y está de acuerdo en camuflarte en su nave, pero ahora planifiquemos tu salida de territorio alemán. 

- No sé cómo voy a salir. Las fronteras están cerradas. 

- Kiel todavía pertenece a Alemania. Tranquilo. 

- De acuerdo, pero desde Berlín a Kiel hay 350 kilómetros de distancia y yo no tengo ningún visado oficial de Cyber-Reuters para desplazarme hasta allí. 

- No seas capullo, Pablo. A ver si te crees que nací ayer – exclamó Karl con una media sonrisa, echando mano de su cartera de mano – Aquí tienes tu permiso oficial de Cyber-Reuters válido para desplazarte a lo largo y ancho de la República Federal de Alemania. 

- ¿Cómo demonios has conseguido este permiso? – susurré por lo bajo, echando de soslayo una ojeada al documento – ¿Es falso, verdad?. 

- Es totalmente legal. Antes de fundirle los plomos a “Berta” lo solicité a tu nombre y me lo imprimió al instante. Con este visado tienes vía libre de circulación y ninguna patrulla de carretera ni de las Suchutz-Staffel podrá detenerte ya que se supone que viajas en misión oficial. No sé si te has dado cuenta que junto al anagrama de Cyber-Reuters está el sello oficial del Reichstag. Por cierto, ¿dónde has dejado tu coche? 

- En el aparcamiento del hotel ¿porqué?. 

- No puedes volver allí, demasiado riesgo, además tu automóvil es una vieja tartana híbrida. Llévate el mío. Está recién cargado de energía y no tendrás que parar en ninguna estación de recarga eléctrica. Y ahora brindemos con una copa de snaps. Brindemos por habernos conocido, por el periodismo libre y por tu viaje hacia territorio libre. 

- Brindo por ti, Karl, viejo zorro, buen alemán y mejor periodista. 

- "Lehaim"… Por la Vida – contesto Karl alzando su copa. 

- ¿Lehaim? – inquirí extrañado – Según creo esta expresión es hebrea. 

- En efecto. Soy judío y como tal brindo Por la Vida, por la tuya y por la de todos los seres humanos. 

- ¿También por la vida de los yihadistas? 

- Ni hablar. Esos malnacidos no son seres humanos. Son carroña del Averno. A esos que les den por el culo. Ten presente que "Lehaim" es un brindis que pronunciaba el Maestro cada vez que compartía los alimentos con alguien. Ese "Por la Vida" que le inspiró a dar la propia para transmitir un ejemplo de que la vida es eterna y que la muerte no existe. "Lehaim" es una palabra que engloba un propósito y una visión. En suma, vivir por la vida, para la vida. 

- Y sin embargo en los tiempos actuales la vida se está extinguiendo para una mayoría y vence la barbarie y la muerte – observé. 

 Después Karl me entregó la tarjeta electrónica de su vehículo y un plano digital que correspondía a la ruta que yo debía seguir desde Berlín hasta la base naval en Kiel. 

- El “Rächer Von Deutschland” está fondeado en la dársena número cuatro del astillero, concretamente es aquí – dijo Karl, señalando un punto en el plano – No tendrás problemas para subir a bordo. Siegfried te estará esperando, pero si te retrasas zarpará sin ti. 

- “Rächer Von Deutschland” traducido significa Vengador de Alemania, un nombre nada común para un buque de carga. 

- El “Rächer” no es un carguero. Es un submarino atómico de última generación perteneciente a la Deutsche Marine y Siegfried Weser es su Kommandant. 

 Me quedé de una pieza. Nunca llegué a imaginar que Karl tuviera un hijo y mucho menos que su retoño perteneciera a la Deutsche Marine. Como después pude comprobar, Siegfried Weser era un joven oficial de la flota submarina alemana y que a pesar de su juventud, ostentaba el grado de Fregattenkapitän, (Capitán de Fragata) rango que se había ganado a pulso tras su estancia en la base naval de Glücksburg, sede de la Deutsche Marine. 

- Mi enhorabuena, Karl – acerté a susurrar – Debes sentirte orgulloso de tener un hijo que es marino con el rango de Kommandant. 

- Sin duda que lo estoy. Siegfried lleva salitre en sus venas. Y ahora brindemos – resopló, escanciando hasta el borde dos copas de snaps. 

- Por ti, Karl,... "Lehaim" 

- Por ti, Pablo, ”Lehaim" 

- “Gute Reise”, Paul. 

- “Danke”, Karl. 

 Fueron las últimas palabras de despedida que se cruzaron entre nosotros. 

……………………… 

 Debido al intenso aguacero que aquella noche descargaba sobre el norte de Alemania, la autobahn Berlín-Hamburgo-Kiel se había convertido en una inmensa pista deslizante. Sin embargo el tráfico era muy intenso en ambas direcciones y los controles pertenecientes a las patrullas de Polizei Straßen así como también las inspecciones de las Suchutz-Staffel, se sucedían a lo largo del recorrido. 

- “Dokumentation, bitte”. 

- “Offizieller Besuch des Reichs” – respondía de inmediato con mi mejor acento alemán, mostrando el sello oficial del Reichstag. 

 Tal cúmulo de controles y paradas ralentizaban mi marcha, por lo que en uno de los controles de las Suchutz-Staffel me decidí a solicitar la presencia del comandante de puesto para intentar aligerar el tiempo de viaje hasta Kiel. 

 Fue mano de santo. El sello del Reichstag era inapelable. Hasta el Unteroffizier al mando de la patrulla de las Suchutz-Staffel se cuadró ante mí indicándome que tenía vía libre hasta el punto final de mi destino. De inmediato se puso en contacto por radio con el resto de patrullas así como también con las de la Polizei Straßen, indicando la marca de mi vehículo y la matrícula. Yo simplemente tenía que disminuir la marcha al divisar un puesto de control para que sus efectivos pudieran verificar la matrícula. Pero ya no tenía que detenerme ni enseñar el permiso de libre tránsito o “Passierschein”. 

 Estaba amaneciendo cuando a lo lejos divisé la ciudad de Kiel cuyos edificios surgían entre jirones de neblina. Consulté el mapa digital que horas antes me había entregado Karl, y marqué las coordenadas en el ordenador del vehículo. Cuando arribé al punto de destino, la dársena número cuatro situada en la base naval, solicité a uno de los centinelas que se hallaban al pie de la escalerilla del “Rächer Von Deutschland”, el oportuno permiso para subir a bordo. 

 - “Dokumentation, bitte”. 

 Simplemente le mostré el “Passierschein” con el sello del Reichstag. De inmediato contactó a través de su micrófono con el puesto de mando ubicado en el interior de la nave, pronunciando mi nombre. 

 - “Bitte warten” – especificó. 

 La espera no fue necesaria. El centinela recibió una orden a través de su auricular y me franqueó el paso a bordo. Otro tripulante que se encontraba en cubierta me indicó que le siguiera hasta el puente de mando y rápidamente penetré en las entrañas del U-Boot-70 “Rächer Von Deutschland”. Observé que en el primer nivel de la nave, toda la tripulación se hallaba en su puesto presta a zarpar. 

 Siegfried Weser estaba apoyado en la mesa de navegación observando una carta náutica. Era un tipo bien fornido, alto, barbudo y con cara de malas pulgas, en nada parecida al bonancible y cachazudo rostro de su padre. Su voz era más bien grave pero serena y se dirigió a mí en un casi correcto castellano. Eso me extrañó un tanto y sin duda, por sus iniciales palabras, él se había dado perfecta cuenta. 

 - Si hubieras llegado diez minutos más tarde, te habrías quedado en tierra, y que conste que te admito a bordo por consejo de mi padre – fueron sus primeras palabras de bienvenida antes de soltar amarras – Y no te extrañes si te hablo en castellano. Mi madre era española. Los periodistas estáis locos – remachó. 

 - Procuraré no causar molestias a bordo, y quizá tengas razón, tu padre y yo estamos locos. 

 - Hace media hora que acabo de hablar con él y me ha comunicado tu intención de desembarcar en Southampton. Eso trastocará de algún modo el rumbo de esta nave, porque mis órdenes son dirigirme al estrecho de Gibraltar y penetrar en el Maditerráneo. 

 Tras una pausa prosiguió sin despegar la vista de la carta náutica. 

 - El tenía que estar aquí, contigo – repuso molesto, refiriéndose a su padre – No sé qué coño hace en Berlín. 

 - Su trabajo. Estrictamente su trabajo. Informar. 

 - Nuestro destino inicial es la costa sur de Inglaterra – prosiguió echando un rápido vistazo al trazador de rumbos – Procuraré desembarcarte en Southampton, pero no te prometo nada. La flota aeronaval enemiga permanece al acecho y yo tan sólo podré emerger a superficie no más de cinco minutos y de noche. No puedo arriesgar el “Rächer”. 

- De acuerdo – contesté, mientras interiormente me preguntaba las posibilidades que tenía el “Rächer” de evadir el ataque enemigo en una travesía de tan larga duración. 

- Una vez que desembarques acabará mi compromiso y llegar a Londres será tu problema, aunque francamente, creo que en las actuales circunstancias no vale la pena arriesgar el pellejo para entrevistar a las ratas que han abandonado España a su suerte. 

- Quizá no sea para entrevistarlas – puntualicé. 

- Quizá vas de caza – observó Siegfried. 

- Quizá vaya simplemente a extinguirlas – añadí. 

- Entonces tu viaje habrá valido la pena, camarada – sentenció Siegfried. 

- “Jawohl mein Kommandant” – determiné – Las ratas deben morir. 

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Capítulo X 
Último de la Primera Parte. 

LA INVASIÓN 
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lunes, 6 de octubre de 2014

LA INVASIÓN. Capítulo IX

“Ciertamente nuestra sociedad vivía atrapada por los ordenadores. Dependíamos de ellos para desarrollar nuestra existencia, desde que nuestra madre nos traía al mundo hasta cuando nuestro cuerpo entraba en el horno de incineración.” 

LA INVASIÓN 
CRÓNICA DE UN FUTURO INMEDIATO 
Capítulo IX 

 Karl se derrumbó como un saco sobre el sillón situado frente al ordenador. La boquilla de su amada pipa crujió entre sus dientes al tiempo que soltaba uno de sus juramentos preferidos en el más puro estilo berlinés. Mascullaba frases que yo no alcanzaba a traducir. Mi alemán no era precisamente de excelente calidad. Al fin Karl carraspeó, mirándome fijamente. 

-Pablo, saca una copia de la grabación de Max y desaparece con ella. Te espero dentro de dos horas en el café “Bremen”. Está en el bulevar Kurfürstendamm, ya sabes, cerca del hotel donde te hospedas. Y prepara el equipaje. Nos vamos de viaje. 

-Para salir de Berlín necesitaremos una orden de trabajo, digo yo. 

-No te preocupes por los detalles, déjalos de mi cuenta. Ahora graba una copia y después intenta destruir la grabación de entrada en el registro de la computadora central. 

-Eso va a ser más difícil, Karl. La transferencia de imagen se archiva automáticamente. Quizá lo que pueda conseguir, sea anular el sonido. 

-Haz lo que sea, pero hazlo rápido. Se está cociendo algo gordo. 

 Cuando a Karl Weser le daba por rascarse con insistencia el trasero, no cabía la menor duda que algo grave se cocía en el ambiente. Era un tic nervioso habitual en él que denotaba su ansiedad ante determinada circunstancia y que no cesaba hasta que el problema entraba en vías de solución. Esta vez el problema era grave y Karl se rascaba con insistencia a dos manos su orondo trasero berlinés. 

-Copia del original efectuada, y el audio de la banda sonora continúa activo. Las imágenes están archivadas pero no tengo acceso a ellas en la computadora central para borrarlas. 

-¿En la copia del original han quedado registradas las imágenes de los cuerpos en llamas? 

-Por supuesto, todas sin excepción. 

-Algo es algo, Pablo. Cuando suba arriba intentaré colarme en los registros de archivos y le fundiré los plomos a esa espía hija de puta. 

 Karl odiaba profundamente a “Berta”, nombre en clave de nuestra computadora central de registro. En más de una ocasión, cuando lograba infiltrarse en sus instalaciones, provocaba intencionadamente averías en sus circuitos y en el sistema electrónico de almacenamiento de datos. Karl argumentaba que la única solución para que el ser humano continuara siendo libre, pasaba por la destrucción de la tecnología informática. 

 Ciertamente nuestra sociedad vivía atrapada por los ordenadores. Dependíamos de ellos para desarrollar nuestra existencia, desde que nuestra madre nos traía al mundo hasta cuando nuestro cuerpo entraba en el horno de incineración. Karl tenía su punto de razón en según qué aspectos con relación a “Berta”. Los miles de trabajadores al servicio de Cyber-Reuters, estábamos fichados. Los circuitos integrados de “Berta” guardaban en su interior miles de millones de datos concernientes a todo el organigrama empresarial de la Cadena. 

 Desde lo más ínfimo hasta lo más importante y notable, ningún detalle escapaba a su labor de control y seguimiento. Cualquier aspecto íntimo, personal o profesional pasaba por el tamiz electrónico de sus valoraciones, acusando o absolviendo al sujeto bajo observación cibernética. Karl se la tenía jurada. Su máxima aspiración era ver volar a “Berta” por los aires desde el piso 70, convertida en un montón de retorcidos y chamuscados circuitos. Le brillaban los ojos cuando mentalmente visualizaba la acción de sabotaje. 

 -Bueno, ya está – concluí, guardando el diminuto pen drive en un estuche estanco – Y ahora, ¿Qué coño hacemos con esta copia? 

 -Muchacho, creo que ya va siendo hora que abandones el despacho y salgas del huevo. Lo que tienes en la mano es una pequeña bomba de relojería en comparación a lo que se está fabricando ahí afuera. Si de verdad quieres saber lo que es periodismo de choque, levanta el culo y sígueme. Si por el contrario lo que deseas es llegar a tener grabado tu nombre en la puerta de este despacho y jubilarte a los cincuenta, entonces quédate sentado y que te follen. 

 -Sabes muy bien que odio el periodismo burocrático, no me jodas – le contesté ofendido, levantándome rápidamente de mi asiento – Lo dicho. Te espero en el “Bremen” dentro de una hora. 

 Karl me sujetó por el brazo mirándome seria y fijamente a los ojos. 
 -Otra cosa, muchacho. Recoge todo tu equipaje y cancela la cuenta del hotel. No regresaremos a Berlín hasta pasado un tiempo, dependiendo claro está de cómo se desarrollen los acontecimientos. Y te advierto: es posible que tengamos que salir por pies de Alemania. Quien avisa no es traidor. 

 Su gesto y tono de voz no admitían réplica. Normalmente el comportamiento personal del orondo y veterano periodista berlinés Karl Weser, era de una total beatitud y despreocupación cuando hablaba. Pero en aquellos instantes la expresión de su rostro denotaba contenida furia e inquietud. 

 -Te seguiré hasta el infierno, ya lo sabes. Ve con cuidado con lo que haces, viejo.  

 -Descuida. Y tú procura no despertar sospechas a la salida del edificio. Camufla el pen drive dentro del forro del abrigo – me advirtió – y por mí no te preocupes. Soy perro viejo en estas lides y todavía no se ha fabricado la jodida computadora que pueda pillarme en fuera de juego. Lárgate de una vez. 

 -Jawohl mein Kamerad. 

 Karl me despidió con una sonrisa. 

 -Eres un desastre. Nunca pronunciarás correctamente el idioma alemán. Prefiero continuar hablándote en castellano. Esfúmate ya. 

 Recogí el abrigo y el portafolio introduciendo disimuladamente el pequeño pen drive en el interior de mi vacío paquete de cigarrillos; mientras, observaba como Karl se situaba de espaldas a las cámaras de observación en circuito cerrado que fiscalizaban todos nuestros movimientos. Con total naturalidad me dirigí hacia los lavabos, único punto libre de fiscalización visual aunque no del todo, la verdad sea dicha. 

 El sector destinado exclusivamente a lavatorio de manos, contaba con un ojo de observación que controlaba el tiempo invertido por los usuarios de los servicios en lavarse las manos, peinarse o afeitarse. Los únicos lugares libres de vigilancia eran las cabinas privadas que se utilizaban para realizar los actos puramente fisiológicos. Por cierto, que no siempre fue así. 

 Cuando se inauguró la sede central de Ciber-Reuters, cada metro cuadrado del edificio se encontraba bajo observación televisiva incluyendo las cabinas privadas destinadas a uno y otro sexo. Fue necesaria una revolución laboral en toda regla, para que los actos fisiológicos de los empleados no fueran transmitidos en directo a la sala de control inteligente del complejo informático. Los visores de observación electrónica situados en el interior de las cabinas fueron eliminados, aunque las cámaras exteriores continuaban controlando los tiempos muertos de los empleados. 

 Penetré en la cabina más alejada a la puerta de entrada a los servicios, cerrando el pestillo tras de mí. No me fue del todo fácil descoser el forro interior de mi abrigo, mientras convenía mentalmente que mis habilidades como sastre no estaban a la altura de las circunstancias. Al fin pude desprender la tela lo suficiente, como para introducir entre el forro y el paño de lana exterior el reducido estuche que contenía en su interior la copia del reportaje enviado por Max Stern desde Schwedt. 

 Había tomado la precaución de llevar conmigo un pequeño tubo de pegamento rápido, que utilicé para sellar la abertura producida entre ambas telas. El diminuto pen drive quedaba a buen recaudo. En el control de salida tan sólo se preocupaban de revisar el contenido de los portafolios y objetos de mano, mientras que los chivatos de alarma se activaban cuando alguien intentaba escamotear elementos informáticos previamente reconocidos por “Berta”. 

 No era mi caso. El pen drive que se hallaba camuflado en el interior de mi abrigo no había pasado por el registro de archivos y por lo tanto no estaba magnetizado ni protegido contra fugas de datos informáticos. Tan sólo cabía la posibilidad de que las cámaras fijas de observación situadas en nuestro despacho, hubieran captado el preciso instante en el que se estaba produciendo la copia pirata, pero eso era muy difícil de demostrar. 

 A pesar de toda la vigilancia televisiva, la sala de control era atendida solamente por cinco hombres y cinco mujeres que tenían a su cargo 150 pantallas interconectadas a 2.800 cámaras, repartidas desde la planta baja al piso 69 lo que significaba 40 cámaras por planta. Demasiados puntos de observación para ser atendidos simplemente por diez empleados, más bien dedicados a escudriñar en el interior de los lavabos que a ejercer en otros menesteres de vigilancia propios de su cargo. 

 Cuando llegué a la planta baja del edificio me situé frente a uno de los controles de salida, atendido precisamente en aquellas horas de la mañana por una vigilante con la cual yo tenía mucho que ver. Rita Kauffmann me envolvió con su mirada provocativa y viciosa antes de que yo llegara frente a la cinta bajo su control. Sin duda recordaba el último revolcón que ambos protagonizamos días antes en el asiento trasero de su coche, una fría y lluviosa noche a orillas del lago Wannsee situado en el interior del bosque de Grünewald. 

 En aquella ocasión fui literalmente violado por Rita, valkiria come hombres que con su metro noventa de altura y con la melena al viento, me cabalgó hasta la extenuación dejándome hecho unos zorros. 

 Una inoportuna avería en mi vehículo a la hora de ponerlo en marcha en la zona de aparcamiento, fue el desencadenante de mi encuentro con Rita que, solícita, se ofreció a llevarme hasta mi hotel. Su coche se encontraba aparcado junto al mío en el subterráneo número 3 del complejo Cyber-Reuters. Mi reloj marcaba las nueve de la noche y en el exterior estaba lloviendo a mares, así que opté por aceptar su amable ofrecimiento y salimos del aparcamiento con dirección a mi hotel situado en el bulevar Kurfürstendamm, a cinco minutos escasos de donde nos encontrábamos. Me pareció oportuno agradecerle de algún modo la molestia que se estaba tomando conmigo, y la invité cortésmente a tomar una copa en el bar de mi hotel. 

 -Para mí no es ninguna molestia, al contrario – me contestó mientras conducía y enfilaba la Friedrichstrasse, sin quitarse el cigarrillo de la boca – Me encanta que estés sentado a mi lado. Los hombres españoles me ponen cachonda. 

 No me dio tiempo a reaccionar a la frase. Su mano derecha se deslizó por mi pierna hasta encontrar el objetivo que andaba buscando. Al principio me sentí ofendido según el concepto hispano de lo que para mí significaba la conquista del elemento femenino, pero tan sólo fue un momento. Después me relajé, dejándola hacer. Recordé que me encontraba en Alemania y que en aquellos años la mujer europea se hallaba totalmente desinhibida de los prejuicios de comportamiento sexual que habían marcado la existencia femenina durante más de veinte siglos. 

 Sin dejar de conducir, Rita continuó acariciando su presa con auténtica maestría. De vez en cuando giraba la cabeza y entreabría lujuriosamente sus labios enseñándome y moviendo lentamente la lengua. Era la primera vez que me encontraba ante un caso semejante, a pesar de que a lo largo de mi vida sexual me las había visto de todos los colores. Mi hotel quedaba ya lejos. 

 Rodábamos lentamente por una de las carreteras que atraviesan el interior del bosque de Grünewald, en medio de una impresionante tromba de agua. Rita parecía conocer al dedillo todas las veredas del parque y detuvo el coche en un mirador frente al lago Wannsee. 

 -Vamos, querido. Ya va siendo hora de saber cómo te comportas – me comentó Rita, al tiempo que se desprendía de toda su ropa – Veamos si sabes manejar convenientemente eso que tienes entre las piernas. 

 Por lo visto la experiencia nocturna a bordo de su coche la satisfizo plenamente. 

 Ahora Rita Kauffmann me observaba desde el otro lado de la cinta de control, al igual que un lobo pudiera hacerlo con su presa. Aguanté su mirada, devolviéndole una sonrisa entre avergonzado y confuso. Al parecer, esa reacción por mi parte la excitó todavía más. No hizo ni caso al portafolios que pasó ante la cámara de rayos X sin que Rita prestase la más mínima atención a la pantalla. De haberlo sabido, hubiera podido sustraer una fortuna en CD con información reservada. 

 -Te espero esta noche a las ocho en la zona de aparcamiento – me dijo por lo bajo entregándome el maletín al tiempo que clavaba sus uñas en el dorso de mi mano – Te invito a cenar en mi apartamento. 

 Sus ojos siguieron mis pasos cuando me alejaba de ella camino de la salida. Sin duda, Rita se estaba relamiendo por anticipado pensando en el ágape nocturno, ya que yo era su plato favorito, de eso no cabía la menor duda. Sonreí entre dientes imaginándome a la nibelunga de guardia en el subterráneo número 3 a la espera de su cena a la española, pero era evidente que tal y como se estaban desarrollando los acontecimientos, a las ocho de la noche yo ya estaría muy lejos de Berlín. 

 A la salida tomé un taxi que me condujo directamente a mi hotel. Recogí el equipaje, cancelé mi cuenta y caminando rápidamente me desplacé hasta el cercano bulevar Kurfürstendamm donde se hallaba ubicado el café “Bremen”. Karl Weser ya estaba allí aguardando, nervioso e impaciente, con el rostro desencajado y echando humo por su astillada pipa bávara de brezo. 

-Nos largamos ya, Pablo. 
-Aguarda que me tome un café. 
-No hay tiempo para cafés. 
-¿Y eso porqué? 
-Hace media hora que ha estallado la Tercera Guerra Mundial. 

(Continuará) 

LA INVASIÓN 
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miércoles, 1 de octubre de 2014

LA INVASIÓN. Capítulo VIII

“El brazo del oficial al mando se alza en el aire. La cámara abandona la escena girando con precisión matemática hacia el flanco derecho, donde recupera de nuevo la imagen de la mujer descalza que llega corriendo entre el barro con su pequeño bulto aferrado al pecho.” 

LA INVASIÓN 
CRÓNICA DE UN FUTURO INMEDIATO 
Capítulo VIII 

 La grabación prosigue, pero ya no se oye la voz de Max a pesar que la banda sonora del video permanece viva. El potente teleobjetivo manejado diestramente por el operador de cámara, enfoca indistintamente los rostros de perseguidores y fugitivos.

 Escudriña las desencajadas facciones de los deportados ante las lenguas de fuego que se abaten sobre ellos como una lluvia incandescente. El rictus despectivo de los portadores de los lanzallamas, queda reflejado en las caras tiznadas de negro de los integrantes de las Schutz-Staffel. 

 El operador sabe lo que se hace. Obtiene primeros planos magistrales de una terrorífica y plástica belleza. No se le escapa detalle e intuye lo que va a ocurrir en determinado momento de la persecución y aniquilamiento de los refugiados. 

 Desde su privilegiada posición de camuflaje en lo más alto de la abandonada fábrica, rueda incansablemente escenas no aptas para espíritus sensibles. Su pulso es firme a pesar que sus índices de adrenalina deben habérsele disparado. El sonido ha quedado abierto y se oyen sus entrecortados gemidos mientras prosigue filmando escenas dignas del Apocalipsis. 

 Una mujer de color corre descalza entre el lodo, apretando contra su pecho un pequeño bulto envuelto en harapos. Es una más entre las miles de personas que se dispersan enloquecidas en busca de las riberas del Oder, pero ella ha sido elegida entre otras por el ojo intuitivo del operador de cámara, que la sigue en su huída con el teleobjetivo de largo alcance. 

 La mujer tropieza y cae entre el barro. El pequeño bulto sale disparado por los aires mientras la cámara capta la expresión de dolor e impotencia de la mujer, que se levanta como impulsada por un resorte recogiendo del barro lo que le ha sido arrebatado en la caída. 

 El objetivo abandona momentáneamente a la mujer en fuga y se desvía de golpe hacia el flanco izquierdo centrándose en un destacamento de hombres uniformados pertenecientes a las Escuadras de Protección que aguardan en formación cerrada al otro lado de la calle, camuflados tras un muro colindante a la vieja fábrica. 

 En un rápido zoom de aproximación, el cámara fija su atención en las incandescentes bocas de los lanzallamas que aguardan el paso de la mezcla depositada en los tanques para escupir la muerte. El objetivo de la cámara fluctúa de la boca de los lanzallamas a las caras de sus portadores en un constante cambio de primeros planos, como si quisiera decidirse por una u otra opción. 

 Pero el operador de Cyber-Reuters conoce muy bien su oficio. Enfoca directamente a los ojos del jefe del pelotón y obtiene en un primerísimo primer plano, toda la fuerza de la maldad acumulada en el ser humano. 

 El brazo del oficial al mando se alza en el aire. La cámara abandona la escena girando con precisión matemática hacia el flanco derecho, donde recupera de nuevo la imagen de la mujer descalza que llega corriendo entre el barro con su pequeño bulto aferrado al pecho. Su huida la lleva directamente hacia el muro. Se encuentra a menos de veinte metros. La cámara se queda inmóvil, expectante. Por un momento, el agitado y entrecortado gemido del operador, cesa. 

 Un fogonazo surge repentinamente desde el lado izquierdo del encuadre. El líquido inflamable envuelve como un torbellino ascendente el cuerpo de la mujer que se derrumba sobre el barro, esta vez sin soltar a su hijo. Ambos cuerpos se funden en uno, reduciéndose a una cuarta parte de su tamaño mientras el objetivo penetra lentamente hasta el interior de la pira funeraria fundiéndose a su vez con la propia muerte a la que tan profesionalmente ha servido valiéndose de la imagen. 

 La banda sonora recoge unos desgarradores lamentos, salpicados de imprecaciones dedicadas a toda la corte celestial. Son las voces entrecortadas de Max y del operador de cámara. El miedo les atenaza en sus puestos de observación, mientras discuten la conveniencia de largarse cuanto antes del lugar de los hechos. El operador se niega a ello mientras Max insiste en la inutilidad de proseguir la grabación, alegando que esas imágenes jamás serán emitidas por Cyber-Reuters. 

 El operador le replica que a él le importa un carajo la política informativa de la Agencia, pero que aquella filmación le pertenece y que aunque no sea a través de Cyber-Reuters, otras cadenas internacionales se darán de hostias por conseguir una exclusiva de tal calibre...... . 

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 De repente, Karl se precipitó sobre el teclado parando la grabación. Su rostro estaba congestionado y sus ciento diez kilos de peso temblaban como un flan. Se sentó a mi lado mascando furiosamente su humeante y retorcida pipa bávara. 

 - Rápido, Pablo. Dame todos los datos del equipo técnico de filmación destacado con Max en Schwedt. Pulsa el acceso directo a las claves de personal en servicio activo dentro de Alemania. Todo este asunto me huele a mierda. 

 En dos segundos tuve la información requerida. El ordenador soltaba datos y cifras adicionales a mi solicitud. 

 - Se trata de Max Stern y Franz Ullrich, operador de cámara. Nadie más. Viajan sin técnico de sonido. Dos unidades PCU portátiles con conexiones vía satélite y una cámara TV digital con teleobjetivo gran angular y visor supletorio de infrarrojos. Tarjeta de gastos en concepto de dietas con tope en 10.000 Euros. Es todo. 

 - Debí imaginármelo – masculló Karl frunciendo el entrecejo – Ullrich, el genio. 

 Encendí nerviosamente un cigarrillo mientras repasaba la información adicional vertida en los datos suplementarios que me ofrecía la computadora. 

 - Verdaderamente ese Ullrich es un diamante en Cyber-Reuters – comenté mirando asombrado la ficha laboral del cámara – Tiene una puntuación de 9.8 sobre 10 en su escala profesional. Todo un record. 

 - Según se mire. Siempre ha estado filmando en lugares de máximo riesgo. Vuelve a entrar en la grabación, por favor. Quiero ver el final de la filmación. 

 La recepción de imágenes prosigue. El objetivo de la cámara baila alocadamente entre el interior de la fábrica en ruinas y el exterior iluminado por las antorchas humanas y las ráfagas de las ametralladoras ligeras, cuyas balas trazadoras se abaten sobre las masas de cuerpos incandescentes aliviándoles en su agonía. 

 La filmación parece estar sacudida por un brazo que se niega a proseguir rodando las macabras escenas. La cámara oscila en el aire de arriba abajo y de izquierda a derecha. Sus movimientos no guardan orden ni concierto. Los planos se suceden a ritmo vertiginoso sin ofrecer imágenes fijas. 

 De pronto la imagen se oscurece. Algo está ocurriendo en las proximidades del escondrijo donde se encuentra oculta la cámara de TV. El altavoz incorporado al cuerpo de grabación debe haber sufrido daños por efecto de una posible caída. La sonorización falla y los sonidos ambientales de primera línea se mezclan con los gritos procedentes de las embarradas calles que rodean la vieja fábrica. Se produce un fundido en negro. Según parece, la cámara ha caído sobre el barro. 

 Vuelve la imagen. Una cara ensangrentada aparece distorsionada por la proximidad focal. Mira insistentemente hacia el objetivo con claros síntomas de abatimiento y sujetándose la cabeza con ambas manos al tiempo que se mesa los cabellos, rompe a llorar como un niño. De repente aparece una nueva imagen. 

 Es Franz Ullrich, operador de cámara, tendido en el suelo, Está muerto. 
 Max Stern alarga la mano hacia el cuerpo de la cámara y pulsa un conmutador. 
 Stop. 
 La cinta de video se detiene. 

 - Ese es Max – murmuró Karl Weser mordiéndose el labio superior – Y tiene problemas, graves problemas.... . Que Dios le proteja.... 

(Continuará) 

LA INVASIÓN 
Copyright © 2014 José Luís de Valero. 
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