martes, 15 de marzo de 2016

CRÓNICAS DESDE MI SOMBRÍO INFIERNO (2) El Atraco del Furgón Blindado.


Tranqui colegas, que no cunda el pánico por el título de esta entrada, ya que ni remotamente se me ha ocurrido atracar un furgón cargado de pasta. Eso lo dejo para los políticos y gentes del área bancaria, que esa calaña no precisa atracar un furgón porque se lo llevan crudo por la vía “legal”. 

 La barra de audio que podréis ver y oír al final de este post no fomenta el robo ni es delictiva. Todo lo contrario. Es un audio de agradecimiento personal para todos los que habéis tenido la bondad de hacer un comentario en mi anterior post. Un audio que he titulado: ESTOY RODEADO DE ESTRELLAS,….y es debido a que vosotros, sois mis estrellas. 

 Este post y el audio adjunto está dedicado a: Agustín, Teo Doro, Carlos CC, Guillermo Otaño, Sahariano, Old Nick, Herep, Manuel, Xad Mar, Antonio Besol, Charneguet, y a todos aquellos que sin comentar, hayan leído y escuchado mi anterior post. 

 Vuestros comentarios de ánimo me fueron leídos por mis sobrinos. Por eso tal y como escribí en mi anterior post, en la barra de audio os contesto uno a uno de viva voz. Y como de alguna manera quiero agradecer vuestras palabras de aliento, aquí os dejo unas cuantas páginas de una de mis novelas que se publicó hace seis años. 

 Las acciones y vivencias que se desarrollan en la novela, tienen como principal campo de acción las ciudades de Madrid y Toledo. Si os agrada leerla, en mi próximo audio-post puedo relataros el final del capítulo, que dicho sea de paso, es de un total descojone. 

 Agradezco a mis sobrinos-nietos María y Pablo su aportación en este blog. Sin su ayuda me sería imposible dictar, recopilar, copiar y subir a Blogger tanto los textos como los audios. 

CUADERNOS DE BITÁCORA 
Fragmento de uno de sus capítulos 
ATRACO AL FURGÓN BLINDADO 

Copyright © 2010José Luís de Valero. 
Todos los derechos reservados. 

 Juanito “Candiles” aguardaba el arribo del furgón blindado camuflado tras un árbol, a cara descubierta y armado con un tremendo pistolón en desuso que había conseguido en el Rastro madrileño por mediación de un colega vallecano apodado ¨ Pichabrava ¨, experto según él en armas antiguas. 

 -Es un Colt 45 que había pertenecido al general Cúster, y después de espicharla se lo mangó un indio llamado Caballo Loco. O sea, que es una fusca con historia. Son diez mil duros – sentenció Pichabrava. 

 -Diez mil hostias, te voy a dar. Te metes la historia por el culo, mamón – había aullado el Candiles – Y a ese Cúster y al puto indio que les vayan dando por culo. Este trasto está pringao de óxido, joder, y es más largo que un día sin pan. Cinco mil duros y vas que ardes. 

-Pero esta fusca acojona, tío. 
-Esta fusca pesa como un muerto, coño – objetó el Candiles sopesando el artilugio – Lo dicho, cinco mil del ala. Lo tomas o lo dejas. 

 Pesar pesaba lo suyo, calculó, además que el hecho de llevarla prendida entre la camisa y el pantalón era un incordio debido a la longitud del cañón y al volumen de la culata. Cuando ajustó su colocación, el punto de mira se le clavó en un huevo y las cachas de la empuñadura en el estómago. Lo que le faltaba para el cuerpo al Candiles. 

 Juanito Candiles era un tipo bajito y canijo, de cabello ralo, enjuto de carnes, dentadura salida e incisivos de conejo. De parla gangosa a la vez que empalagosa, al hablar acostumbraba a soltar salivazos a diestra y siniestra poniendo perdido al personal que soportaba sus pláticas. 

 -Candiles, ponte un filtro en los morros que me salpicas, joer – le dijo Pichabrava limpiándose las cejas, muy contrariado por el regateo. 

-Tú te callas y céntrate en lo que te digo. Atiende: ¿dónde coño está la munición para ésta reliquia histórica, si puede saberse? 

 -Ni idea, compadre. A lo mejor el ¨ Tuercas ¨ te consigue alguna píldora de ese calibre. 

 Parecía que el asunto de la munición no prosperaba. El Candiles, a más de estar deseando empuñar aquel armatoste, bebía los vientos por amartillarlo con el pulgar y hacerlo rugir con el dedo índice. La operación del furgón blindado prometía buenos dividendos y le importaba un carajo liarse a salvas de artillería con la parroquia. 

 -El Tuercas es un chorras y un malqueda y es muy capaz de endilgarme munición caducada, no me jodas, Pichabrava. 

 -Te puedo hacer un apaño. Algo sé de montar casquillos y fulminantes. 
  -De puta madre, tío – le escupió de nuevo el Candiles – Fabrícame media docena de proyectiles. 
 -Serán a cuatrocientos duros la unidad, te aviso. 

 -A doscientos y vas aviao. 
-Pos vale. Mañana te entrego la fusca cargada. 

 Pichabrava no era precisamente una lumbrera en quehaceres artilleros, pero pensando en los doscientos duros que le caerían por cada uno de los proyectiles, su imaginación se desbocó y puesto en faena no reparó en gastos. 

 Los casquillos con sus correspondientes fulminantes y proyectiles incluidos, los consiguió de un viejo peine de Máuser que le birló al Tuercas tras una visita de cortesía a su cubil. Las únicas pegas consistían en que los casquillos de Máuser eran más largos y el calibre de aquella munición no se correspondía con la del Colt 45, ya que las vainas bailaban la conga en el interior del tambor.

 Dándole al meollo, Pichabrava optó por serrar los casquillos a medida del tambor del Colt e incrustar de nuevo el proyectil en la vaina a puro huevo, utilizando alicates y martillo para afianzar vainas y proyectiles. Tuvo que resolver un último detalle técnico puesto que los casquillos continuaban bailando a su aire en el interior del tambor, pero ese inconveniente lo solventó de un plumazo enrollando con cinta aislante cada una de las seis vainas, hasta que todas ellas quedaron peregrinamente encajadas en la caja del histórico armatoste. 

 -Ha quedao de cine, colega – le manifestó muy ufano al Candiles, exhibiendo el pistolón – Está cargado y listo para disparar, pero te aconsejo que no abras el tambor hasta que se agoten los proyectiles. Es para no desequilibrarlo, ¿sabes? – añadió, pensando que más valía que Juanito no entrara en comprobaciones técnicas respecto al calibre. 


 Cuando el cerebro de la operación vio que su colega Bartolo descendía en solitario del furgón blindado portando las seis sacas que contenían el dinero, Juanito Candiles abandonó el camuflaje que le otorgaba el árbol y echando mano al pistolón se plantó ante su cómplice encañonándole e intimidándole tal y cómo estaba acordado. 

 -¡Alto ahí! ¡Esto es un atraco! ¡Suelta las bolsas y tírate al suelo boca abajo! 

 Bartolo, también según lo acordado no se hizo de rogar e inmediatamente soltó bruscamente las seis valijas que quedaron esparcidas sobre el asfalto, pero con el inconveniente que debido a la misma brusquedad y al nerviosismo del momento las sacas quedaron diseminadas en un amplio radio. Demasiado desperdigadas, quizá.... 

 Bartolo así lo pensó con su nariz aplastada sobre la calle observando como el Candiles, pistolón en mano se cagaba en sus muertos, maldiciéndole por lo bajo. 

 -¡Serás cabrón, joputa! Cada saca a quedao a un metro la una de la otra, gilipollas! – se quejó, dándole con la culata un suave golpe en la cabeza para cubrir las apariencias. 

 En éstas estaba el Candiles cuando en aquel mismo instante se produjo un hecho que no entraba en el programa. El tambaleante Pepe Pardo que desde el interior del furgón había presenciado toda la escena, acudió en auxilio de su compañero y descendió del furgón intentando desenfundar sin éxito su arma reglamentaria. 

 Candiles, al verlo, se abalanzó en picado sobre él y tomando el Colt 45 por el cañón le atizó un culatazo en la cabeza. Le dio fuerte, con saña. Demasiado fuerte y con demasiada saña; demasiada imprecisión y excesiva mala leche. 

 Oyó el crujir del cráneo del agente y vio como aquel cuerpo se desmoronaba, roto, como cuando al descargar un saco de patatas éste se desgarra esparciendo su carga en el suelo. 

 Pepe quedó tendido sobre el asfalto, tinto en sangre y Juanito Candiles temiendo que el conductor y su ayudante hicieran acto de presencia en escena, por si las moscas y para amedrentar al personal amartilló el Colt del general Cúster y con el cañón dirigido hacia un anuncio de refrescos, hizo fuego y de inmediato le pareció que había sumergido su mano en un caldero al rojo vivo. 

 El Colt desapareció de su vista a la vez que lo hacían tres de los cinco dedos de su diestra. Pulgar, índice y corazón volaron al unísono yéndose a reunir con el destrozado armatoste que se hallaba a sus pies, reventado por la deflagración de una improvisada munición a doscientos duros la pieza. 

 Juanito Candiles era sensible a la visión de la sangre. Tan sensible que a veces al ver la de los demás se le iba la olla y perdía el sentido. Y tras mirar con estupor su ensangrentada mano, lo perdió, no sin antes acordarse de todos los muertos de Pichabrava y jurarse a sí mismo que a la mínima oportunidad le iba a arrancar los huevos. 

 Así se los encontraron conductor y ayudante, cuando tras oír el disparo salieron a todo trapo de la cabina. El Candiles desmayado, Bartolo haciéndose pasar por herido y Pepe con el cráneo abierto en medio de un charco de sangre. Al cabo de unos minutos las sirenas atronaron el ambiente y tres ambulancias, más un buen número de coches patrulla de la policía coparon el lugar de los hechos y calles adyacentes. 

 Cuando tres ambulancias y cinco coches de la Policía Nacional se presentaron con todas las sirenas aullando en el Hospital Universitario Gregorio Marañón, la de por sí ya colapsada recepción de Urgencias se convirtió en un pandemonio. 

 El personal de las ambulancias, las enfermeras, los médicos de guardia y los policías de servicio en los coches patrulla se agolparon alrededor de las tres camillas, en medio de los murmullos de los pacientes que aguardaban turno para ser atendidos de sus dolencias, y con el trasfondo sonoro de alguna que otra destemplada voz que se quejaba alegando que los tres de las camillas debían aguardar la vez como cada quisque. 

 El doctor Rubio era el jefe de Urgencias y su guardia concluía en media hora, así que se dio prisa por encauzar conveniente aquellos tres nuevos ingresos. De mirada fría a la vez que experta y acostumbrado a calibrar a primera vista el estado clínico de enfermos y heridos, reparó de inmediato en uno de los recién llegados postrado sobre una de las tres camillas. 

 Tras observar minuciosamente una profunda herida craneal, arrugó el entrecejo. 

 -Que lo trasladen inmediatamente a neurocirugía. Quiero que le practiquen un electroencefalograma, un escáner cerebral y que preparen el quirófano para una intervención inmediata – dictaminó. 

 -¿Y a usted qué le duele? 

 Los dedos del doctor Rubio abrieron los párpados de Bartolo pudiendo comprobar que sus ojos reaccionaban a la luz y que aquel paciente se hallaba totalmente consciente. Al sentirse interrogado, Bartolo abrió completamente los ojos aparentando despertar de una conmoción. 

 -¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy? 

 -Al parecer este agente de seguridad también fue atacado por ese otro tipo – indicó el jefe de grupo de la Policía Nacional, Florentino Quintanilla, que estaba al frente del operativo, señalando hacia la camilla ocupada por Juanito Candiles. 

 El galeno echó una ojeada a la mano derecha del herido. 

 -Este ha sufrido la amputación de tres dedos de la mano derecha. Que lo ingresen en traumatología. Y quítenle las esposas. 

-De eso nada de nada – cortó tajantemente el policía – Ese tío está detenido, acaba de asaltar un furgón blindado y no estoy dispuesto a que se dé el piro a la mínima ocasión. 

-Y yo no estoy dispuesto a intervenirle quirúrgicamente estando esposado a una camilla – respondió con muy mala leche el jefe de Urgencias – Así que usted decide; o le quita los grilletes o ahora mismo me pongo en contacto con el Ministerio del Interior y les paso el parte para que ellos decidan, qué hacer con el detenido. 

Florentino Quintanilla se acordó mentalmente de la madre que había parido a aquel tipejo ataviado con bata blanca. El doctor Rubio era como un armario de tres cuerpos y poseía unas manos semejantes a raquetas de tenis, todo lo contrario con relación a la insignificante anatomía del agente de policía que en aquellos momentos de duda, se retorcía nerviosamente su primoroso bigotillo ante la decisión a tomar. 

 -En la intervención quirúrgica yo podría permanecer junto al detenido esposando su mano sana a la mía – sugirió Florentino con una media sonrisa, felicitándose interiormente por tan feliz ocurrencia. 

 -¡Cómo no, hombre, faltaría más! – vociferó el médico – Y al mismo tiempo podría echarme una mano en el quirófano con la sutura. Desaparezca de mi vista, y usted, Peláez – añadió, dirigiéndose a un internista – póngame con el Ministerio del Interior. 

 El agente Quintanilla, número uno de su promoción, inspector jefe del operativo y fiel cumplidor de la normativa respecto a la custodia de detenidos, se dijo que malditas las ganas que tenía de armar un pifostio con su reglamentaria actuación ante el Ministerio competente, y con ello que su nombre apareciera en las diligencias previas, acusado quizá de obstruir la labor clínica del mastodonte de médico que tenía a su lado. 

 -Es todo suyo, doctor. Situaré dos agentes a la salida del quirófano y otros dos en la puerta de la habitación donde se hospede este individuo. 

 -Por mí como si quiere traer a los antidisturbios. Ahora quítele las esposas, hágase a un lado y no estorbe. 

 Florentino, Floren para los íntimos, rechinó los dientes volviendo a citar mental y malamente a la madre del médico. A él nadie le daba órdenes y mucho menos tantas y tan seguidas. 

 -¿Y usted, cómo se llama? – inquirió el médico, aproximándose a la camilla contigua a la del Candiles. 

 -Bartolomé Bendito, doctor, y me duele mucho la cabeza. 
 -¿Qué le ha ocurrido? ¿Tanto le duele? – indagó, palpándole la cabeza a conciencia – Sólo tiene un chichón insignificante. 

 -El atracador me atizó muy fuerte con la culata de su revolver – gimió Bartolo muy en su papel llevándose las manos a la mollera. 

 -No creo que le haya dado tan fuerte. Me parece que es usted un quejica, hombre. Al que de verdad le dio fuerte fue a su compañero, pero con usted parece que ha tenido más cuidado. Creo que podemos darle de alta. De todas formas para su tranquilidad y la nuestra le practicaremos un escáner y luego a casa. 

 Al oír el diagnóstico, Florentino Quintanilla pegó un respingo y se aproximó al médico. Algo olía a podrido en Urgencias. 

 -Necesito hablarle en privado, doctor ¿Me concede un minuto? 
 -Y ni un segundo más. ¿Qué coño quiere ahora? 

 En dos zancadas la humanidad del médico se desplazó como un torbellino hacia la máquina expendedora de café. Por un momento el inspector jefe Quintanilla comparó el volumen del artilugio cafeteril con la corpulencia del galeno, y convino mentalmente que estaría encantado de liarse a martillazos con ambos, dado que también odiaba el café. Pero aquel pedazo de mamut embutido en una impoluta bata blanca, podía sacarle de dudas e incluso darle una pista fiable. 

 -Doctor ¿cree usted que ese agente está fingiendo? – se interesó el inspector señalando con un gesto la camilla ocupada por Bartolo. 

 -Y a mí qué coño me importa si está fingiendo o no. Pregúnteselo usted, que para eso es policía. Yo sólo soy médico y como tal le informo que ese paciente está más fresco que una lechuga, salvo una levísima contusión en el parietal derecho. El resto es cosa suya. 

-Pero cuando usted le ha abierto los ojos estaba consciente ¿no? 
-Totalmente. 
-Fingía entonces ¿no cree? – masculló por lo bajo Quintanilla. 
-Eso usted sabrá. Yo sólo sé que entre unos y otros me han jodido el cambio de guardia – respondió el facultativo alejándose rápidamente hacia la zona de quirófanos. 

 El inspector jefe Quintanilla atusó su fino bigotillo con un mohín de satisfacción. Lo tenía claro. El tal Bartolomé Bendito bien podría estar involucrado en el asalto del furgón blindado.

................................. 


 -Si eres más tonto no naces, gilipollas. A quién se le ocurre dejarse hacer un escáner con la mierda de chichón que tenías. 

 -Y a quién se le ocurrió la idea de aparentar una agresión, tío listo ¿eh?. La policía no es tonta, carajo. 

-No te preocupes por eso, que la próxima vez te atizaré más fuerte. 
-No habrá próxima vez, te lo aseguro, joputa. 

 Juanito ¨ Candiles ¨ y Bartolo ¨Comechochos ¨ aprovechaban las breves horas de tibio sol mañanero correteando a paso ligero arriba y abajo por el patio central de la prisión de Ocaña. Para ambos, aquel período era el tercer invierno que disfrutaban de hospedaje gratuito por cuenta del Estado. 

 Su común estancia carcelaria les sirvió para templar gaitas y pensar en su futuro, a la vez que aprovechando las facilidades que otorgaba Instituciones Penitenciarias, cada cual reducía su tiempo de condena bregando como cosacos en la lavandería de la prisión. 

 Cuando al cabo de unos meses les fue concedida la libertad vigilada, cada uno tiró por su lado y aunque en principio ambos ex reclusos recalaron en Madrid, Juanito se refugió como de costumbre en los bajos fondos del barrio de San Blas, y a Bartolo le faltó el tiempo para dirigirse al Hospital Universitario Gregorio Marañón con el fin de informarse del estado clínico de Pepe Pardo, su traicionado compañero, pero el paciente ya no se hallaba internado allí. 

 Según el expediente clínico que le mostraron en administración, tras casi un año de estancia en el Marañón, había sido trasladado a Nuevo Horizonte, una clínica privada en Toledo especializada en la recuperación de pacientes con deficiencias neurológicas y mentales. 

 -¿Y quién paga los gastos de estancia? – quiso saber Bartolo. 

-Según consta en este informe, CaudalSegur, la empresa para cual trabajaba en el momento del accidente laboral – respondió el administrativo, y añadió tras revisar unos papeles – De hecho, este paciente ha pasado por un tribunal médico y la Seguridad Social le ha concedido la incapacidad total, por lo que desde hace casi dos años, percibe una pequeña pensión de por vida. 

 -O sea que la puta empresa sólo le paga la clínica – gruñó Bartolo. 

 -Muy al contrario. A pesar de estar dado de baja total, este señor continúa recibiendo íntegra y mensualmente su salario por orden expresa de su antigua empresa. 

 -Joder, eso sí que me extraña. 

-Mire usted, llevo casi toda la vida trabajando en este hospital y no sé si usted sabrá que el caso de este paciente salió en los periódicos y hasta en la televisión. Eso fue una propaganda gratuita para la empresa y desde entonces le llueven los clientes. 

 -Ni idea, oiga – mintió Bartolo – Yo estaba en el extranjero. 

 -La cuestión es que por lo visto, él trabajaba como vigilante de seguridad en CaudalSegur y se vio envuelto en un asalto tramado precisamente por uno de los vigilantes que custodiaban un furgón cargado de dinero. Y el tío se comportó como un héroe. 

 -¿Pues qué pasó? 
 -Pues pasó que ese vigilante se lió a tiros con los asaltantes, y que además según dijo la tele, uno de ellos era su íntimo amigo, y que a pesar de eso, ese falso amigo para hacerse con el botín le atizó un golpe que le abrió la cabeza. Lo bueno del caso es que a ese tipo lo detuvieron aquí mismo, en Urgencias. 

 -¿Y eso? 
 -El muy imbécil se hizo pasar por herido, pero la policía no es tonta y salió de Urgencias esposado. El tío se pasó de listo. 

 -Sin duda,... fue un capullo – carraspeó Bartolo, mirando a derecha e izquierda – Gracias por la información, caballero. 

 Abandonó el hospital a paso ligero maldiciendo interiormente al cabrón de redactor de los servicios informativos, que en su día no se había tomado la molestia de verificar a conciencia los datos de un jodido asalto. 

 Cagándose en toda la parentela periodística y televisiva, Bartolo descendió a toda velocidad por las escaleras del suburbano en la estación de Sáenz de Baranda para tomar la línea 6 y empalmar en la de Pacífico con la línea 1 con destino al Puente de Vallecas. 

José Luis de Valero. 

CUADERNOS DE BITÁCORA 
Fragmento de uno de sus capítulos 
ATRACO AL FURGÓN BLINDADO 

Copyright © 2010José Luís de Valero. 
Todos los derechos reservados.

miércoles, 9 de marzo de 2016

CRÓNICAS DESDE MI SOMBRÍO INFIERNO (1) Siempre me quedará la voz


Por motivos simplemente clínicos debidos a mi carencia de visión, hace más de tres meses que no he actualizado este blog. Al día de hoy y ayudado por dos de mis sobrinos-nietos versados en lides informáticas, he decidido retornar a éste, mi hoy todavía sombrío Infierno, para reincorporarme a mi labor. 

Las circunstancias de todo lo por mí vivido y sentido durante los más de noventa días de ausencia y lo que está todavía por venir, mejor os las relato de viva voz mediante la inserción de la barra de audio que podréis ver al final del presente texto, escrito y subido a Blogger a mi dictado por María y Pablo. 

Deseo dedicar este audio y los que puedan seguirle a un Gran Capitán llamado  CARLOS CC, siempre firme al timón de una gran nave llamada EL REBUZNÓMETRO. 

Gracias a él, a nuestras conversaciones telefónicas, a su buen hacer como persona y hombre de bien, a sus palabras de aliento y ánimo cuando el mío estaba bajo mínimos, retorno a este infierno, de nuevo me siento vivo. 

Quien tras leerme y oírme desee hacer un comentario, tendrá que disculparme porque no está en mi mano responder por escrito debido a mi casi total carencia de visión, aunque los comentarios siempre me serán leídos por María o Pablo. 

Lo que sí haré será contestarlos de viva voz en mis próximos audios. Porque en el futuro, suceda lo que suceda, siempre me quedará la voz. 

Un gran abrazo para todos vosotros. 
José Luis de Valero.